Luis Rubiales puso fin este domingo a más de cinco años al frente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) veintiún días después de su última gran polémica, la que protagonizó tras la final del Mundial femenino y que provocó un revuelo mundial que llevo a la FIFA a inhabilitarlo cautelarmente durante noventa días.
El 20 de agosto, un beso dado durante la ceremonia de entrega de medallas a la jugadora Jenni Hermoso y su actitud en el palco, donde tras el triunfo español se agarró los genitales, desembocó en todo lo que ha venido después. Y este domingo, tres semanas más tarde, Rubiales ha anunciado por sorpresa su renuncia a la presidencia de la RFEF y a su puesto de vicepresidente de la UEFA.
Una despedida que todos esperaban en la Asamblea General de la Federación celebrada el pasado 25 de agosto, en la que por sorpresa anunció, repitiéndolo hasta en cinco ocasiones, que no iba a dimitir.
Su periplo al frente de la RFEF se remonta a hace cinco años y casi cuatro meses, el 17 de mayo de 2018, cuando Rubiales ofreció una nueva Federación, en medio de la tormenta que supuso la operación "Soule" y la presunta mala gestión de su anterior directiva, tras 29 años de mandato de Ángel Villar.
Entonces habló de profesionalizar, de multiplicar los ingresos, de ser transparente y de hacer una clara apuesta por el fútbol femenino. Quizá creía que éste podía lograr un éxito tan grande como el Mundial de hace unos días en Sídney, pero no imaginar lo que su comportamiento para celebrarlo implicaría para él y para el fútbol español.
Acostumbrado desde su llegada a capear grandes crisis y a convivir con polémicas, enemistades y lealtades luego traicionadas, Rubiales (Las Palmas, 1977) se encontró a finales de agosto con el rechazo del fútbol que le había arropado, el del Gobierno y el de la FIFA. Ésta fue la primera en actuar contra él, con una suspensión provisional durante 90 días y con la candidatura de España para el Mundial de 2030 en el horizonte en peligro.
Rubiales ha sido víctima de su propio éxito de gestión y de un carácter indomable que siempre le costó frenar. Lo mostró en enfrentamientos directos y pulsos, algunos en los juzgados, y actuando sin desenfreno tras sentirse vencedor en el Mundial femenino. Viniendo de donde venía España y tras numerosos pulsos internos con jugadoras. Algunas ausentes del éxito. Otras presentes, pese a no comulgar con el presidente ni el seleccionador.
Le costó entender que había cometido un grave error en las celebraciones. Que la forma en la que festejó con las jugadoras, dando un beso en la boca, cogiendo en volandas, repartiendo besos en la mejilla, saltaba todas las barreras que debía respetar un presidente a ojos de todo el mundo.
Después de unas tibias disculpas, la presión política, con peticiones de dimisión de miembros del Gobierno en funciones, el primer paso dado por Jenni Hermoso dando una versión distinta del beso a la suya, el expediente abierto por la FIFA, el sentir popular de todo un país y la posible falta de apoyos provocaron una reunión de urgencia en la tarde del 24 de agosto, tras la que se dio por hecha su dimisión en la Asamblea general de la RFEF del día siguiente.
Un mandato en el que en apenas un año llegó a una de las vicepresidencias de la UEFA,en el que ha presumido de elevar los ingresos de la RFEF de 144 millones de euros cuando llegó a los 382,3 actuales y en el que ha cambiado fidelidades por enemistades. Varias de las personas que fueron su 'guardia pretoriana' en la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) se alejaron y ahora trabajan en LaLiga, su constante enemigo, y hasta David Aganzo, al que él mismo eligió como sucesor y que ha interpuesto varias denuncias en su contra.